El Chambusseaux de Burdeos

vino5El castillo de Chambussaux se erige majestuoso a orillas del Renoire, cerca de su desembocadura en el Mediterráneo, más exactamente en la zona septentrional de la Renania Francesa. La excepcional estabilidad térmica de la zona, con valores entre los -10 grados Celsius y los 42 grados, llegando en ocasiones a valores cercanos al cero de la escala absoluta, hacen de esta región un lugar excepcional para el desarrollo de las cepas y la paciente maduración del vino.

Fue en 1724 que Jaquer de Chambusseaux, gobernante tan recio y aristocrático que gano el apodo de «pour la minorie», encargó a su maestro de caballerizas la creación de un vino único, nunca antes degustado, con motivo de las bodas de su primogénita. Así que nació el Chambussaux de Burdeos. Es un vino de nariz profunda y efímera, de sabor rugoso y delicado, que rememora las tierras ásperas sobre las que está asentado el castillo. De color violeta intenso, con declinaciones en la gama que va del amarillo patito al azul Francia, el Chambusseaux se distingue por un paladar aterciopelado y arenoso que produce en su paso por la garganta la agradable sensación de haber ingerido un cardumen de termitas enfurecidas.

El aroma merece un apartado especial: sin dudas el encargo fue realizado a la persona indicada. Junto con las grosellas y frutos del bosque se percibe el delicado aroma de las finas maderas de las caballerizas, realzadas por lustros de contacto con sus vigorosos habitantes, los pastos de las praderas que los alimentan y sus deposiciones. Emerge delicadamente, como el humo sutil de un fuego que se apaga, el hálito indescriptible de rocín brioso después de una larga cabalgata, o de un incomparable juego de polo. Una exquisita y equilibrada combinación de aromas, fragancias y perfumes capaz de amilanar al más temible de los mujaidines.

Cuando el Maestro Pascal, catador entre los catadores, probó por primera vez el Chambusseaux de Burdeos, la vista del majestuoso castillo, digno representante del estadío neorenacentista medieval que se hace visible en los recios portones de casi un cuarto de pulgada de espesor, los amplios ventanales de tres pies de ancho, los dinteles sostenidos por pesadas columnas dóricas y por sobretodo en la decoración que se dejaba ver detrás de la abundante vegetación que cubría las dos paredes que aún quedaban en pie, le produjo una sensación indescriptible, explosiva, apaciguada, irrefrenable, sosegada, solo comparable a la que producen los vinos variacionales, de cuerpo fuerte y tan aguzado que resulta punzante. La sensación de paz de la túnica blanca de la nurse, el paso afiatado, periódico y quieto del suero por el conducto plástico, dirigiéndose hacia él cual ordenado ejercito de hormigas que recorren trabajosamente su camino lo dejó pronto para incursionar nuevamente en otra experiencia de Historia, Arte y Cata.

 

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